domingo, 18 de noviembre de 2007

BLANCO

Hoy quiero compartir con quien me quiera leer algunas historias que escribi hce mucho tiempo pero que no pierden el sentido. esta historia tiene una moraleja y cada uno la sabrá ver.

Blanco. Blanco y azul. Un blanco inmaculado que resaltaba su piel oscura. Y un azul cielo que le recordaba a ese cielo primaveral cuando el sol aún no calentaba demasiado, por la mañana.

Esa camiseta se la había visto puesta en otras dos ocasiones: parecía lycra, pero no estaba seguro, no lo podía estar. Y ese pantalón nuevo. O tal vez lo Había llevado alguna vez cuando salía con sus amigos; o con su novio... sí, novio; quizá tenía novio. O no. No podía saberlo. ¿Cómo iba a saberlo? La veía cada día, al ir y al volver de la facultad. Cada día. A veces sola, a veces acompañada de algún amigo o a miga. Pero siempre con esa expresión de seguridad y felicidad. Con paso firme. Y ese halo que la envolvía y que la hacía aún más bella. Así es como la veía.

La había descubierto hacía ya unos meses. Él llegaba tarde a la cafetería en la que trabaja y desde donde la había visto pasar desde aquel día. Iba corriendo, sin mirar a nadie. Y chocó con esa chica que doblaba la esquina con unos libros en la mano. Todas las hojas y libros cayeron al suelo. Ni se fijó en ella; se agachó automáticamente para recoger lo que había caído a la vez que ella también se inclinaba y le pidió perdón. Entonces, la chica le sonrió y le dijo “No te preocupes, yo también iba distraída... Esto me pasa por no llevar una carpeta o un bolso”. Fue en ese momento, mientras ella se mostraba así de agradable, cuando la miró a los ojos y se fijó en ella. Y le pareció guapa, guapísima. Su pelo era largo y negro, negrísimo, tanto que podría haber dicho que nunca había visto un pelo tan oscuro. Sus ojos y su sonrisa mostraban que era feliz o que al menos procuraba serlo; sus ojos marrones sonreían aún más que sus labios, que eran carnosos, pero no en exceso. Tal y como habría dicho aquel poeta, o aquel cronista de sociedad (nunca se sabe), la belleza de ébano más bella de cuantas había podido ver en su vida, su larga vida, el mundo.


Sí, tal vez exageraba. Pero, ¿acaso no exageran todos los enamorados al describir a su amada? Él también podía hacerlo. Si para los demás esa chica era guapa, para él lo era aún más.

Y desde aquel día la observaba cada mañana y cada tarde, cuando iba a la facultad de Químicas que había dos calles más abajo, y cuando volvía. Poco antes de las ocho de la mañana (parecía ser puntual siempre), él no atendía a ningún cliente. La miraba pasar y ya era feliz. Siempre con una llama en la mirada, que no era más que la felicidad, la seguridad en sí misma. O eso pensaba él.

Unos días con sus tejanos gastados y una camisa blanca o azul, y otros con una ropa mucho más elegante. Pero siempre igual de guapa. No podía haber un ser sobre la tierra más bello que ella.

Y una mañana la vio acercarse a la puerta de la cafetería, iba con una amiga suya, ya la había visto alguna vez con ella. Ambas se acercaban. ¿Qué hacía? Por fin había llegado el momento en el que él debía atreverse a hablar con ella, y tenía miedo, estaba nerviosísimo. Y de repente se le ocurrió que qué hacía un simple camarero con una chica que estudiaba en la universidad, que pertenecía a un mundo distinto, más culto. Él era poco para ella. Sin duda. Por eso, cuando las dos amigas se sentaron, él se limitó a servirles dos cortados. Después de eso, se marcharon.
- Lo siento, Nadja... Lo hemos intentado.
- Ya... ya he visto que no tiene mucho interés por mí, sino me hubiera hablado más. No habría sido tan borde... ¡Qué rabia!
- Eso te pasa por hacerte ilusiones, tía... Yo no me levantaba antes para ver a un tío ni loca... Ni daba una vuelta tan tonta...
- Bueno, mañana última oportunidad. Me pondré mi camiseta blanca y ese pantalón azul tan bonito. Si pasa algo, bien, sino no volveré a pasar por aquí más.

Y ese día, ella se puso “sus mejores galas”, con la ilusión de que ese chico alto y guapo le dijese algo, y él la observó, la admiró, como siempre. Inmóvil, camuflado por la barra. Como cada mañana. Pero al día siguiente no la vio. Ni tampoco al siguiente...





2 comentarios:

Unknown dijo...

Històries que passen cada dia del món...

M'ha agradat molt ^^

Petonets!!!

Noemí dijo...

Gràcies, ho vaig escriure jo fa anys